LA CASITA DEL HORROR
Santuario, Antioquia
Domingos en la mañana
El olor a pandequeso y buñuelo de la panadería eran mi primer contacto con el mundo después de dormir toda una noche, entre calor y frío, envuelta ó mas bien perdida entre las sabanas coreanas de enormes leones y estupidos siervos, mi mamá me levantaba jalándome los pies con sus manos frías; ella siempre me amenazaba con ello. Mi papá en el balcón tomando los primeros sorbitos de cacao., como decía él, lo recuerdo bien. Me levantaba y caminaba con traspiés hacia él, me encantaban esas mañanas de domingo, a decir verdad me parecían hermosas, sobre todo ver pasar a los campesinos para la plaza, con sus costales en la espalda y ese olor fuerte a yerba y pantano que salían de sus ruanas y que llegaban hasta el segundo piso, donde yo estaba.
Rápidamente salía dispuesta a bañarme, luego me ponía mis vestidos de pana, mis mediecitas españolas y mis zapatitos de charol que tanto me gustaban, desayunaba con parvita y esperaba sentadita en la sala hasta que mi papá me llevara a misa de 10, como era de costumbre. Mi mañana transcurría tranquila y feliz hasta que llegaban las horas de la tarde, sabia que tenia que luchar con mi madre para que no me obligara a ir a visitar a mi abuela, secretamente odiaba verla, saber que me tenia que ir, me indisponía, me hacia llorar y patalear hasta dormirme y era así como me libraba de ir. Aunque ese día era diferente casi por obligación y a los trancazos me hicieron levantarme de la cama e ir con él. Ya desde esquinas antes, se sentía el olor me hacia tocar tres veces hasta que la voz estridente y chillona de mi abuela contestaba: - ¿quién?- ; y ahí me tocaba decir inocentemente: - ¡yo abuelita, crucecita!- Y la puerta se abría con un sistema casi ridículo de una cuerda que jalaba la puerta, Las escaleras eran espantosas, las paredes eran tan frías que el olor a humedad me daba alergia y me hacían vomitar; La sala siempre me olía a pandequeso podrido, llena de santos y fotos viejas de mi abuelo descalzo , sin mencionar los otros cuartos, eran casi siete habitaciones, llena de puertas que comunicaban un cuarto con otro, unas abrían y otras te dejaban encerrado, ¡era un laberinto!, pero lo peor era entrar al cuarto donde estaban ellos, mi tía y mis primos, encerrados de forma maniática por mi abuela, mi tía con arteriosclerosis múltiple, casi postrada en una silla de ruedas con su cabeza siempre colgando y mis primos de la misma forma, pero a eso súmele una locura violenta que los hace gritar cada vez que veían a alguien. Cada parte de esa casa parecía sacado desde la mismísima tragedia griega, objetos extraños que parecían maquinas de tortura salidos de la edad media , sillas con bacinillas hediondas, aparatos ortopédicos antiguos y dolorosos, ventanas cerradas y selladas. ¡ERA ATERRADOR!
Luego de mi insaciable búsqueda por un lugar mas o menos tranquilo y normal donde sentarme, me quedaba inmóvil en un banquillo en el rincón del cuarto de mi abuela, y veía como mi padre le quitaba los zapatos y le sobaba esos pies regordetes, mal olientes y pequeños, pero ahí era donde seguía lo peor, lo inimaginable lo que me hacia odiar con todas las fuerzas a mi abuela y su horrenda vejez, ella cuidadosamente y de forma burlesca se quitaba la caja de dientes y en su insana locura me decía: - “crucecita recibe aquí”- y yo creía morirme, era para mi la casa del horror.
Por
Mar Botero
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