lunes, 14 de noviembre de 2011

Cadáver exquisito - El Beso de la Española - Andrés Aguilar Gálvez, Natalia Palacio Vásquez, Santiago Vélez Vélez

El Beso de la Española

Después de las tardes calurosas recurrentes de agosto, las noches llegan con su refrescante soplo. Los sonidos de la ciudad se perciben con algo más de claridad y las oscuras calles están repletas de los transeúntes impacientes que esperan llegar a su destino luego de un largo día.

El centro de la ciudad abre sus puertas, lugares prodigiosos esperan por nosotros.
La proyección de la película empieza a las 8:00pm, el bus se retrasa, debió parar en El Palo, no quiso; sigue hasta la cámara de comercio donde por fin tiene la amabilidad de abrir la puerta luego de 5 largas cuadras.

A las 8:10 pm, luego de una agitada caminata por la avenida oriental y unas cuantas cuadras más arriba, llego al bar. Reconozco la canción inicial de la película, el lugar está lleno, todos atentos a la pantalla, la luz rojiza se extiende alrededor del lugar, cerveza, cigarrillos, la comida y mis amigos me estaban esperando. Entro rápidamente y me siento justo al frente de la pantalla. Suena “Echoes”.

Este bar ya no es lo que era, pero cuando menos lo esperas ocurre algo extraordinario. La noche se hacía agotadora, sin embargo hay todo un mundo a mi alrededor y es allí cuando veo a mi lado derecho un hombre cabizbajo, muy distraído, la mesera del lugar le lleva una Club Colombia roja. Levanta la cabeza, da las gracias y sale con su cerveza  a fumarse un cigarrillo.
Tarda en volver; al hacerlo, regresa acompañado por una mujer. Se sientan y conversan sin prestar atención a la película o a la gente que se encuentra en el lugar, solo son ellos dos. No paran de hablar durante media hora o más. La mujer lo abraza pero el no responde igual, su cerveza se acaba y también su deseo de permanecer allí.  Junto a la barra había un hombre que observaba a la pareja y de vez en cuando se interesaba por la pelea y le echaba unos re ojazos descarados a la mujer. Seguro que era por la bebida, pero el caso es que ella se dedicó a relamerlo con la mirada y a enseñarle sin pudor alguno la punta de la lengua. La pareja de la mujer decide ignorarla y centra su atención en la pantalla.

El hombre de la barra entra al baño, la mujer lo sigue. Me hubiera gustado saber húngaro para enterarme de qué le decía a gritos, porque él hombre de la mesa tenía cara de estar deseando que se lo tragara la tierra.

La mujer sale nuevamente y se sienta en la mesa, el hombre regresa a la barra como si nada. Más tarde llegan varios amigos de la pareja y se sientan todos juntos en la mesa, piden pizza y más cerveza. El ambiente es tenso, ellos lo notan y tratan de hacer bromas y toda clase de comentarios inapropiados para tratar de calmar la situación. Las cosas empeoran, el hombre se despide de todos menos de la mujer y se va. Un momento de silencio como de costumbre, la mujer mira hacia la salida del bar, se levanta pero permanece allí sin moverse, tal vez quiso tratar de seguirlo. Mira a su alrededor y se dirige a la barra; se enrosca otra vez con el hombre, se besan sin pasión, y de golpe él la abandonó también.  La mujer toma su cerveza, mira a la pantalla, hace un ademán de “salud” y se vomita en la barra.

Me concentro nuevamente en la película y en el ambiente acogedor que me rodea, la luz rojiza, los afiches de grandes bandas de la música, las colecciones de botellas de cerveza ubicadas por todo el lugar, las tres pantallas, la barra de pizza y al otro extremo la de cerveza, las voces de la gente y la compañía de mis amigos.

Al cabo de una hora, entra por la puerta un ser de extrañas proporciones, probablemente media entre metro ochenta y dos metros, de manos grandes, cara larga y piernas robustas; Todo el bar entro en silencio cuando se percataron de su presencia. El, lentamente avanzo hacia la barra, con dificultad se sentó en las angostas y pequeñas butacas de la barra, y con una voz ronca y grave pidió un vaso de leche. El cantinero asombrado pero con la impresión de haber tenido esta experiencia antes, se dirigió a la nevera y le sirvió el dichoso vaso de leche.

El hombre con tranquilidad a pequeños sorbos iba acabando a la mitad su vaso, sin importarle las burlas y los comentarios de la gente de la mesa, que sin reparo alguno y sin tacto se burlaban; pero lo que más me impacto fue que de un momento a otro la mujer de la mesa empezó a reírse de una manera exagerada, y en ese preciso instante el hombre de la barra paro de sorber su leche, lentamente bajo el vaso y con suavidad lo puso sobre la barra, el ambiente se puso más tenso aun, el hombre voltio lentamente hacia donde estaba a mesa y con unos ojos rojos iracundos, sin decir nada, miro a la mujer que seguía riéndose porque no se percato de lo que estaba ocurriendo.

Los hombres a su alrededor, en silencio trataban de silenciarla, de hacerle saber que estaba ocurriendo, pero no tuvieron éxito, ella con más fuerza se reía, el hombre gigante empezó a temblar del coraje, cuando de un momento a otro, sin que la gente se percatara se paro y se dirigió a la mesa de una forma tan veloz que la mujer no lo vio llegar.

Un momento eterno de silencio, la mujer dejo de reír, la razón, porque tenía una mano más grande que su rostro apretando su boca con una fuerza descomunal, los hombres a su alrededor petrificados no supieron que hacer, la mujer, con muestras de dolor empezó a llorar pero sin producir un solo sonido. El gigante apretaba cada vez más y más su mano, y con un tono más grave y aterrador que el anterior dijo “ríete ahora perra inmunda”, a lo que la mujer solo con pequeños sollozos casi inaudibles respondió con lágrimas.

No sé cuánto tiempo paso, solo sé que fue eternamente tensionante, solo interrumpido por un crujir que nunca se me olvidara, un crujir que solo escuche cuando era pequeño y fue cuando mi hermano callo por unas escaleras y se partió una pierna en tres pedazos.  Ese espeluznante sonido que vino de la mandíbula de la mujer y que fue causado por el apretar de la mano del gigante, en ese momento el dijo “para que te volvas a burlar de la gente piroba”, la soltó mientras ella se retorcía del dolor, se dirigió a la barra, pago su leche y salió por la puerta tras la mirada incrédula de todos los que estábamos en el bar.

La puerta del bar retumbo por el gran golpe de este enorme ser, los presentes en el bar siguieron en lo suyo sin darle importancia a la mujer herida o a lo que acabo de acontecer, mientras los amigos de la mujer petrificados por el  macabro hecho deciden salir a cazar a este gigante con el fin de darle su merecido, y romperle algunos cuantos huesos, de este bar salieron 5 hombre que se asemejaban a una cacerías de brujas. Mientras en el bar la mujer lloraba por el gran dolor y solo pedía la presencia de su novio, pobre mujer esperando algo que nunca llegaría y creyendo que llorando y suplicando por la presencia de su amado alcanzaría a espiar sus culpas y darle calma a su alma y cuerpo.

Mientras la pobre mujer pedía a su amado, el barman calmado por lo que acaba de suceder le comentaba a uno de los presentes, sentado en la barra pero que estaba más borracho que quien sabe qué, le decía al pobre borracho que lo que acaba de pasar no era nada, que era la peleas simple y absurda de todos los días donde una mujer borracha buscaba solo deseo y sexo en los brazos de alguien desconocido, que por lo borracha molesta a alguien y este le baja la borrachera a punta de golpes, que al final del día termina con plata en el bolsillo gracias a los ebrios que botan el amado papel, a la visita de unos policías que paran no a hacer su trabajo sino a beber gratis y una salida rápida para el hospital por parte de los golpeados en el bar.

Al final del día y para darle un cierre medio decente a este relato la pobre mujer que por el alcohol era una puta, termino en el hospital con la mandíbula rota en mil pedazos al igual que su corazón. Su novio o más bien su ex novio decidió terminar con la relación ya que no le interesaba una mujer fácil con unos tragos en la cabeza, los 5 cazadores que salieron tras el gigante terminaron al lado de la mujer en el hospital con los huesos de sus cuerpos hechos añicos, un final trágico para todos, donde nadie salió ganado.

Andrés Aguilar  Gálvez
Natalia Palacio Vásquez
Santiago Vélez Vélez



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