martes, 15 de febrero de 2011

Tranvía Llamado Deseo según Martín (Viaje al Sexo)

A Martín el papá le dijo que se alistara, que se pusiera lo más elegante que tuviera. Se puso entonces la ropa que le compró la mamá pa' la boda de la prima. La camisa blanca, la chaquetica, las medias delgadas y largas, los zapatos negros que todavía tenían betún y los pantaloncitos cortos. Todavía le faltaba mucho pa' que lo dejaran utilizar los de ruedo largo.
-Camine, pues Martín: ya nos vamos.
-Bueno, papá.
Don Rodrigo, un zapatero de toda la vida, aprendió el ofició desde casi niño. De madre conservadora militante y papá borracho ludópata, siempre se las valió por sí mismo. Se arrepiente en secreto de su matrimonio mas no de su hijo Martín.
-¿Se va a llevar al niño a jugar cartas con esos amigos borrachos suyos? - Grita su esposa desde la cocina.
-¡No moleste, carajo! Yo veré a dónde llevo mi hijo.
Martín no entendía bien para dónde iba, pero prefirió eso a quedarse en la casa con la mamá. Caminaron siete cuadras hasta el tranvía y subieron, la misma ruta que cogía con la mamá cuando iba a comprar comida al frente de la estación del ferrocarril. Pero esta vez se bajaron antes del parque. Martín preguntó pero el papá no dijo nada. Se contentó entonces con mirar el pintoresco paisaje desconocido para él: gente en cada esquina jugando cartas; diferentes lugares con música del Morocho del Abasto o Aníbal Troilo; algún que otro viejo por ahí tirado en el andén con una botella en la mano. Además de la nueva experiencia olfativa: ya no olía a mierda de caballo o a pescado de hace días como en el mercado, que era casi el único lugar al que lo llevaba la mamá. Olía más bien a aguardiente, borrachos y a gente del otro lado del río, de por allá por Belén.
-Listo, mijo: llegamos.
Entraron a un sitio casi familiar para Martín. Había visto un ambiente parecido en las películas "de vaqueros" que el papá lo llevaba a ver a Junín. Pero acá no había ningún anciano de ropas elegantes viejas tocando un piano desafinado, ni riñas con botellas, ni gente disparándose, etc. Sólo una mezcla heterogénea de señores casi bien vestidos, campesinos con machete, veinteañeros estrenando traje y unas señoras vestidas con pocas ropas. Fueron hasta un cuarto que pretendía ser algo así como una oficina.
-Don Rodrigo -saluda una señora alegre al papá de Martín- ¿le llamo a Eugenita?¿Quiere que le cuide el niño un ratico?
-No, Doña Elvia, hoy no vine a eso. Es que ya es hora de que Martincito se vuelva varón.
Martín no escucha a su papá y a la señora, sólo observa la pintoresca oficina.
-¿Cómo? ¿No está muy niño todavía?
-¡Claro que no! Mi papá me trajo a donde usted cuando yo tenía la misma edad y vea el hombre trabajador que soy ahora. ¡Mi hijo se vuelve hombre hoy, carajo! ¿Cuál es la putica más niña que tiene?
-Ahí está Malenita
Martín se vio un momento después en un cuartico pequeñito en el que apenas cabía la cama oxidada que había. Una joven muy bonita entró y se sentó en la cama. Martín estaba asustado, ya entendía más o menos a qué lo había llevado su papá. Ella se dio cuenta de la situación inmediatamente (parece que le tocó lidiar con casos parecidos antes). Hicieron un trato: Martín le decía sí a cualquier cosa que el papá le pregunte que hizo con Malenita y a ella le pagaban. El plan salió perfectamente y, con el tiempo, Martincito mismo fue creyéndose la mentira. Ya grande, cuando utilizaba pantalones de ruedo largo, se jactaba incluso de haberlo hecho a tan temprana edad.
-Martín, ¿cuál fue tu primera mujer?
-Malenita, la putica más bella. Fue cuando todavía era un niño.


Felipe Medina Escobar

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