Le había regalado una postal con la fotografía de una de las calles de la urbe en la cual habitaba en ese momento, aunque era extranjero, él había decidido regalarle a ella algo que materializara toda la magia que había encontrado en aquel lugar. A pesar de su corto tiempo y de su paso fugaz por esa ciudad, la conexión de él con el entorno eran evidentes, todo le parecía extraño y a la vez exuberantemente hermoso; las personas y sus formas de ser, las cosas que veía y que podía reconocer y nombrar y las no cosas, o las cosas innombrables que él llamaba.
Basto una sonrisa en un café para que ellos se conocieran y cruzaran algunas palabras en castellano, ella tímida como siempre tan solo le escuchaba las sencillas frases que él pronunciaba tratando de sacar su máximo potencial de expresión en su nueva lengua, frases como ¿hola que tal?, ¿Cómo estás? ¿Te gusta ese café?, frases en las que ella tan solo sonreía mientras se sentía un poco perturbada por la presencia de aquel extraño que le había amenizado el café del medio día. Muy cortésmente ella se despidió de él y antes de que ella lo supiera, aquel extranjero de una manera fantástica se las arreglo para que una postal entrara en su bolso.
Cuando ella encontró esa postal después de unas cuantas horas que contando de manera exacta fueron tres, se sorprendió de hallar aquel papel en su bolso, observo la postal tratando de encontrar alguna explicación y vio en la imagen, un lugar que le faltaba por descubrir, una calle que apenas se enteraba que era su ciudad, de esa ciudad en la cual residía desde su nacimiento, ella miro la postal y vio que en el lado trasero había una nota que decía “si quieres descubrir la magia, en tu calle la puedes encontrar. Si quieres tener mil sonrisas, conmigo las encontraras. Te espero hoy a las 21 en la calle que vez en esta postal att él extranjero de la sonrisa del café”. Un poco atónita guardo la postal en el bolso, miro el reloj vio que eran las 7 pm, pensó en la locura que sería cumplirle esa cita a un desconocido, pero también pensó en lo que era su vida en ese momento, en el caos de su soledad y en la posibilidad de conocer alguien que quizás después nunca volvería a ver. Continúo con sus labores cotidianas aquel día siempre pensando en aquella cita que de manera tan ilusoria era pedida, volvió abrir el bolso y al mirar la postal, sintió un impulso que la hizo salir. Ahora tendría que preguntar donde quedaba aquel lugar, pues no lograba identificar esa calle, cogió un taxi y le mostro la postal al conductor - voy a este lugar-, este la miro fijamente y dijo ¿esto no es san Ignacio?, ella subió los hombros en señal de ignorancia, -yo creo que es ese lugar,- el taxista llevo a la mujer a esa calle, cuando llegaron eran las 21:25, ella se bajo del taxi, saco la imagen de nuevo, miro que era la misma calle, camino por ese lugar y no lograba ver al hombre que le había puesto la postal, se acerco a uno de los teléfonos públicos espero un momento. El lugar estaba vacío, ella era la única persona que habitaba ese lugar en aquel momento, se sintió tan estúpida que dio la vuelta y salió caminando en busca de un taxi para regresar a su casa, paro en la esquina y antes de que alzara la mano para detener el auto escucho una voz en su oído que decía - si camina con afán, es mejor que se detenga, no vaya ser que se pierda de la magia que habita en este lugar- ella giro y se encontró de frente con el extranjero de las sonrisas del café. El la tomo del brazo y se fueron a sentar en una de las sillas de aquel lugar. Hablaron por horas y ella observo la calle que por vez primera había encontrado en su natal ciudad.
Catalina Castañeda Garcés
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