Cena para dos:
Todo está servido. Sobre la mesa un mantel blanco y sobre él una botella de vino y dos copas de cristal que quieren ser extasiadas de licor y de placer. La cena está caliente, pero aún intacta, deseosa de ser llevada a la boca. En el centro de la mesa una escasa rosa de color rojo llora la masacre de su compañera, aquella a la que desprendieron cada uno sus pétalos, uno por uno, y que ahora vienen y van en el suelo de la habitación.
La música está dispuesta, es tan dulce que seduce al viento que entra y sale de la habitación a través del balcón y que intencionalmente levanta la cortina casi transparente, queriendo ver más.
La noche no ha sido larga, ha transcurrido lentamente. Las velas comienzan a consumarse y su esperma comienza a derramarse. La llama no se resiste y se alza hacía el cielo pidiendo más.
La luna llena quiere postre, intenta ver adentro de la habitación, pero las nubes quieren llamar su atención. Posan desnudas en frente suyo y por algunos momentos todo permanece oscuro, porque ella, la luna, es el sol de la noche.
Todo está servido y dispuesto, pero aún falta el postre, faltan ellos.
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