martes, 17 de agosto de 2010

Viaje al sexo

Llegó. Mi corazón palpitaba como si fuese a sufrir de taquicardia. Todo dentro de mí se movía, sentía las mariposas como revoloteaban en mi estómago. Abrí la puerta, ella entró y me dio un beso. Cerré la puerta y al ver que mi rostro lo iluminaban sólo las velas, me abrazó muy fuerte, empujándome a la pared. Los besos tiernos alternaron con los apasionados y prolongados. Nuestras lenguas peleaban para encontrarse con nuestros labios, jugueteaban tiernamente, aunque nuestras manos permanecieron en su lugar, aún no era la hora, primero la cena. Fui hacia la cocina, serví la pasta que con tanto esfuerzo cociné horas atrás y que en cuestión de minutos ambos devoraríamos.

Era un día especial. Hace pocos meses nos conocíamos y había preparado un lindo regalo que le había prometido como postre, aunque el postre realmente terminaría siendo otro. Las velas una a una se extinguían, nos quedábamos a oscuras, pero ella con sus ojos y su sonrisa alumbraban esa habitación. Los platos quedaron a un lado, ya habíamos decidido fundirnos en un abrazo, que luego de unos momentos, decidimos acompañar de un beso. Un beso largo donde las lenguas se encontraron de nuevo, esta vez sin obstáculos, y dándole luz verde a nuestros cuerpos de actuar, ya era la hora, no habría impedimentos.

Poco a poco quitó la corbata que horas atrás me puse sólo para acompañar la velada de un poco de distinción y elegancia. Luego, los botones de la camisa se atravesaron en su camino, pero logro ganar la batalla. Arrojó mi camisa al suelo y sus labios pasaron de mi boca a mi torso. Un beso, una marca a la vez. Con sus labios recorrió mi abdomen hasta llegar a mi ombligo. Allí, se detuvo para sentir cómo mis labios se posaban en su cuello. Los gestos que hacía me decían que le gustaba, así que pensé en seguir adelante, y para ello me deshice de su blusa. Vi como sus senos asomaban desde su sostén, comencé a rodearlos con mi lengua mientras con mis dedos surfeaba lentamente las colinas de sus curvas, haciendo que saltara al no ser capaz de acumular tantas sensaciones. Tomó mis manos y me llevó frente a sus ojos, para que sus labios me hiciesen saber todas las cosas que la había hecho sentir hasta ese instante, todo ese cúmulo de emociones nuevas que iban apareciendo con cada beso, con el paso de mis dedos por su torso y espalda semidesnudos. Sus besos eran profundos, con la fuerza de una amante apasionada. En ese momento, nos pusimos de pie y ella aflojó mi correa con sutileza, como si hubiese practicado para hacerlo. Desabrochó mi pantalón y lo bajó. Me lanzó hacia el suelo, se sentó en mi pelvis y comenzó a moverse en círculos sobre ella. Al principio, lo hizo con delicadeza, luego, entre más se marcaba su respiración, más fuerte lo hacía. Se detuvo, mientras mis manos soltaban el botón de su pantalón, ella se puso de pie por un segundo y se lo quitó. Vi como ante mí se descubría un mundo aún no explorado, vi la personificación de la sensualidad en la desnudez de aquella chica esa noche. Volvió a sentarse en mi pelvis, donde cabalgó mientras la guiaba con mis manos en sus muslos. Luego, le pedí que se acostara, para yo posarme sobre ella. Por la fricción entre nuestros cuerpos, salieron de su boca y sin ella planearlo sus primeros gemidos. Comencé a moverme con más rapidez, y sus manos estaban recorriendo mi espalda hasta que, en un momento, ellas terminaron de bajar el bóxer que ya estaba algo fuera de su lugar gracias a la fricción cada vez más fuerte. Esa alargada extensión de mí podía sentir cómo su ropa interior estaba húmeda, cómo, bajo esa prenda negra, había algo que gritaba por ser descubierto. Ese mensaje que entró por mi ingle se las arregló para llegar hasta mis manos, quienes no dudaron ni un segundo en bajar aquellas bragas que eran el último obstáculo para la desnudez completa.

Nuestros cuerpos sudados decidieron buscar un lugar más cómodo y desembocaron en el sofá. Allí, la acosté boca arriba y luego de alzar sus piernas y ponerlas sobre mis hombros, nos interconectamos físicamente, porque ya nuestras mentes estaban hablando en el mismo idioma desde hace rato, y ni hablar de nuestros corazones.

Entre gemidos, fuertes respiraciones y movimientos atrevidos pero excitantes, ella llegó a su clímax, me agarró fuerte de la espalda mientras la alzaba y la movía con el aire como colchón para que el orgasmo anunciara con gritos su llegada. Pero aún no ha sido mi turno, y ella es consciente de ello. Así que se voltea, pone mis manos sobre sus erguidos pezones, se inclina un poco y comienza a moverse en círculos mientras yo con mi cadera intento ganar la pelea por entrar más a ella. Hasta que sus movimientos y los míos provocan que el néctar de la victoria salga de mí y quede en ella, no sin antes gemir fuerte y agarrar con firmeza sus senos. Ella se incorpora, toma mi torso mientras yo poso mis manos en su abdomen, y con muchos besos y palabras de amor de por medio, nos tumbamos en el suelo, donde todo inició.

#21

1 comentario:

  1. Es bueno el ejercicio, pero debemos trabajarlos más , imprima y llévelo para la clase

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