domingo, 8 de agosto de 2010

Viaje al sexo (39)

Gerrit Van Aaken se merece un beso gigante
por esta espectacular foto.
http://www.flickr.com/photos/gerrit


Está al frente, es la idealización de mi sueño bestial en la cama, lo acepto, no me interesa para nada más, sólo para ese polvazo definitivo, arrasador, destructor de mis ingles; porque él es igual a esos tantos que andan por ahí arremolinados y atascados entre sus inmensas moles de carne dura producida en gimnasio. Confieso que sólo me atrae su fuerza, de resto es desechable porque en este momento, sentado frente a él, hasta apostaría que lo tiene chiquito y por eso su afán muscular, su vigorexia.
Me levanto decididamente, me acerco y me le siento en las piernas abriendo las mías, lo engarzo entre mis rodillas que, comparativamente, son del tamño de su codo. Le lamo la cara, meto mi lengua entre sus labios y llamo su atención, reacciona y siento su calidez dentro de mí, contra el paladar y siento cómo se arrecha bajo el ceñido bluejean, yo también siento la erección queriendo reventar las costuras de mi pantalón y una ansiedad esquiva pero deliciosa se aploma en mi estómago. Siento cómo sus poderosas manos me rodean, yo le cojo la perfecta cara y lo estampo más duro contra mi boca, literalmente quiero tragármelo, que no deje de ser parte de mí.
Ahora lo recuerdo bien, su falo, contrario a mis creencias, potente y grande, caliente e hinchado por los bríos animales. Había bajado hasta él recorriendo lentamente su impresionante pecho, lamiendo sus tetillas erectas, chupándolas con el afán ahogado y desesperado de querer absorberlo todo, su pectoral duro, su pene en mi mano mientras la lengua recorría con saña la aréola eléctrica de su inmensidad. Y estaba ese sabor salado, el del sudor, sudor de su gimnasio, de su calor, de sus ganas, de su aguante, sudor de su piel trigueña llena de anabólicos, y más cachondo me ponía, más ansioso porque me clavara como el estandarte de su conquista fugaz.
Bajé por el surco marcado entre sus abdominales hasta encontrarme con el disimulado caminito de pelos que conducen, como en falsa parsimonia, a toda su hombría. Lamí las gotitas de sudor entre los pelos cortos hasta alcanzar la base de su pene más grueso que largo, era una verga de respeto. Con la punta de mi lengua llegué a la cima blanda, carnosa. En un fugaz instante de sadomasoquismo pensé en morderla pero sólo me limité a dejarla vagar por mi boca subiendo y bajando, una y otra vez apretando levemente con los labios, cada vez más rápido, siguiendo el ritmo que su mano sobre mi cabeza pedía, supliendo su afán primario mientras abajo, con mi mano derecha suplía el mío rápidamente, casi violentamente como lo exige esa bestialidad primitiva que la civilización ha logrado ocultar mas no aplacar.
Estallé primero que él, con un éxtasis tal que me dejé ir aún más sobre su humanidad, y él , al momento, dejó salir también su estirpe condenada a vagar entre la saliva y el agua del sanitario. Su sabor metálico me llenó la boca, excesivo y de una textura extraña, desconocida como siempre lo era. Fue el éxtasis donde el tiempo se diluyó entre el semen y la gracia. Fue la ceguera momentánea de la razón y del corazón, sólo estuvo presente el placer de bestia, la dicha de animal que aún llevamos dentro.
Ese fue el viaje al sexo. Lastimosamente los hombres contamos con la desventaja evolutiva de las eyaculaciones y los clímax distanciados, pero ese fue el punto de la faena, el resto son adornos que le metemos a la noche para que ese momento brutal cobre un poco de sentido racional y se lo podamos justificar a nuestras consciencias. Ahora a él le queda la vaga satisfacción de comerse a uno más, a mí el de comerme al que quería. ¡Ay Dios, como están de buenos estos hombres pitillo, hechos de plástico y huecos por dentro!

1 comentario:

  1. Democracia literaria e inclusión del otro, una propuesta osada que da que pensar.

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