La aventura comienza con algo poco habitual a como se llega a un bar. Éramos tres grandes cabezas pensantes, pero en ese instante fuimos tres grandes idiotas que no sabíamos en donde parar. La situación no cambió por algunos minutos… tontos, bobos, idiotas; el calificativo no varió. Proponíamos nombres pero ninguno con tanta relevancia como para llamar nuestro interés, todos queríamos hacer algo fuera de lo común pero no nos acomodamos. La guía, no la conocida por muchos, sino aquella cuyo nombre lleva es de una delicada fruta, fue decisiva en nuestra decisión.
Ellos, con las hormonas alborotadas, lanzaban nombres de bares que sabían que estarían ahí, pero seguí husmeando en un nuevo mundo, en una nueva guía que jamás pensé que estaría viendo. Desde su encabezado -comunidad adulta colombiana- me dejó atrapado, me sentía una persona “madura”, que ya empezaba a conocer los verdaderos placeres de la vida. Las cosas que vi no son tan delicadas, pero sí agradablemente provocativas. Había deliciosas y saludables zanahorias delante de las más fascinantes y seductoras mujeres. Grandes disfraces que jamás he visto en halloween y trabajos como meseras, azafatas y capitanas que no les pagan tan mal como dicen, -les recomendaría mandar sus hojas de vida-.
Mi búsqueda me interesó en cosas que no eran las propias para hacer en ese instante y propiamente con mis amigos, sino era más bien cosas íntimas, tan íntimas que me sonroje al imaginarlas. No detalle mucho en ellas, no era el momento. Por fin, entre tanto club, tanto bar y algunas cositas mucho más interesante, nos decidimos y partimos a tan incitante bar, discoteca, culiadero, pichadero, prostíbulo; en fin, como lo quieran llamar.
Llegamos al sitio, una especie de guarnición que iba a dejar evidencia de nuestro paso por el sitio, ya que en su parqueadero habían unas cuantas cámaras que se lanzaban a juzgarnos por lo que íbamos a hacer. No nos bajábamos del carro, queríamos ver que otros entraran y así tomar el impulso de hacerlo. No tardamos en salir de él.
Al entrar encontramos lo que estábamos buscando toda la noche, nos miramos y con una sonrisa picaresca nos apoyamos recíprocamente. Atravesamos las habitaciones privadas, que no lo eran al parecer, ya que por medio de sus transparentes telas se alcanzaba a divisar lo que estuvieran haciendo. Buscamos el sitio más calmado en donde podamos conversar y disfrutar del show, que afortunadamente, no había salido. No era muy tarde todavía, era alrededor de las 11:20 de la noche. Las luces tambaleaban al ritmo de lo que le ponían, eran las incesantes bailarinas de la noche. La tarima y la barra de pole dance, estaban a punto de sentir la magnitud de las carnes de aquellas esperadas mujeres. El lugar estaba a punto de llenarse, habían más hombres que mujeres, era de esperar. Las meseras, quienes se robaban las miradas antes del show y por cierto, muy bien vestiditas ellas; pasaban de mesa en mesa tomando las órdenes de lo que será la letal o alucinante combinación, tragos y mujeres. Se aproximaba el momento y las meseras tienen que sacar su astucia para que sus otras compañeras no se lleven todo el dinero. Anuncian el gran show, el principal, y así de rápido el encanto de las voluptuosas meseras desaparece. Empiezan las especulaciones de cómo será aquel acto, nuevamente nos miramos, sonreímos y nos preparamos para recibir lo que la gran noche nos tiene preparados.
Las luces bajaron su intensidad, la música cambio y los ánimos y silbidos subieron. Las luces se iban prendiendo por medio de los golpes musicales, y así aparecieron las Venus del local. Sus curvas nos llevaban a los más pecaminosos deseos y caprichos, sus miradas nos trasgredían y nos trasladaban a otro mundo, un mundo que sólo existe en ese momento y en ese lugar. Eran tres bailarinas + seis grandes piernas + tres grandes culos + seis bellos senos que daban como resultado la perfecta armonía a la que estábamos invitados a ver. Cada una tenía su momento especial, en la que las miradas se centraban en ella. Las dos primeras pasaron, gustaron, provocaron; pero ninguna causó tanto impacto como la última. Se trataba de una compañera del colegio, que una vez graduados, nunca podía salir con nosotros; nunca supimos las razones, ni se las preguntábamos. La noche se me vino abajo.
Una vez terminado el show, las bailarinas bajaban de la tarima y se disponían a recibir la generosidad de los clientes que las han acabado de ver. Pasaban enfiladas, una tras otra, por todas mesas del lugar, Estefany (Nombre que no corresponde a mi compañera) era la última. Pasaron por nuestra mesa y mis amigos ni cuenta se dieron de lo incómodo que estaba. Las dos primeras acariciaron a mis amigos desde la cabeza hasta llegar a los brazos y así poder coger el dinero, Estefany hizo lo mismo conmigo, y una vez cogió el dinero me pico el ojo. Esa noche cerramos un trato, pacto o secreto, no con tanta trascendencia como lo acostumbran hacer en los shows privados, pero de igual importancia.
Guillermo López Ossa.
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