Sentado en la cama, pensando en lo que había esperado de este momento durante toda su vida, como se lo imaginaba, como se sentía. El cuarto era oscuro, con una tenue luz que dejaba ver el espacio pero no permitía reconocerlo del todo, que definía su rostro, que le acentuaba sus facciones. Allí sentado, mirando la ventana, recordando su grandísima belleza, su cuerpo, su forma delicada de referirse a él, su cabello suave, sus manos frágiles, pero con miedo de lo que pasaría, de lo que ella pensaría, de lo que sentiría. No se sentía seguro, pero el deseo en su interior lo empujaba a arriesgarse. Eran un sin número de emociones y sentimientos que lo invadían en ese momento, la confusión en su cabeza. Sabía que en cualquier momento ella aparecería a través de la puerta del baño, esperaba impaciente, pero con miedo. Después de unos minutos de larga espera, que se hicieron como horas, término, sonó la puerta del baño y la ansiedad se volvía cada vez mayor. Con un suave movimiento, lentamente, se fue acercando a él, el olor de su cuerpo avivaba la excitación, con un suave murmullo poso su cuerpo sobre él, no sabía si se enamoraría, no sabía si esta sería la primera o la única de muchas mujeres en lo que le restaba de vida. Lo único que no dejaba de pensar era que en la madrugada seria otra persona.
Abrió los ojos, ya podía observar la habitación con claridad, gracias a la luz que entraba por el gran ventanal que iluminaba toda la habitación. Miro atreves del ventanal observando la gran ciudad, voltio si cuerpo con la seguridad que durante tanto años le falto, saco si billetera el bolsillo trasero de su pantalón y dejo sobre un mesa de noche la recompensa por un trabajo bien hecho.
ALEJANDRO MUÑOZ CASTRILLÓN.
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