Era por fin; fin de semana, lo que tanto esperaba Teresa para encontrarse con Esteban, y decirle lo que ocurría. se sentía con desánimo, y con ese profundo desinterés, de quien hace las cosas sólo por compromiso.
El lugar de encuentro era el bar favorito de Esteban, dónde solía llevar a Teresa a bailar a pesar del desagrado de esta. La relación jamás había estado bien; estaba claro. Pero Teresa la había mantenido siempre con sumisa resignación; su miedo a estar sola, y aún más el hecho de querer olvidarse de su secreto, la impulsaban a continuar. Sin embargo, estaba hastiada de todo! y de él! de la manera en que le ponía las cosas tan fáciles, de la manera en que le había restado emoción a su vida. Luego de mirar a su alrededor decidió como un repentino impulso salir de aquel lugar, y entrar a una pequeña cafetería de en frente, una de mala muerte, donde los policías y las prostitutas iban por un poco de tinto para apaciguar el frío y el tedio de la noche.
Entró al lugar, y adoró estar en el. con paredes viejas y roídas. que olía a licor y a berrinche, se sentó en una silla que alguna vez fue roja, pero que ya daba un aspecto naranja; y puso sus delicadas manos sobre una mesa, que tenía tatuado en su superficie promesas de amor en vano, escritas con llaves y navajas, que luego quien diablos sabe dónde y con qué serían utilizada; con chicles viejos pegados por doquier que daban la sensación de no poder moverse, porque se toparía con cualquiera de ellos. Ahí estaba ella, dándose una última oportunidad, para cambiarlo todo. pidió dos tintos cargados y humeantes, uno extra por si llegaba alguien desconocido con quien compartirlo, y de paso el drama en que se había convertido su vida. tal vez encontrar juntos una solución, para Teresa siempre las había y más de último momento. Pero el destino no deseaba hacérsela fácil. Cómo si Esteban supiera que su amada iba a hacerle una última jugada antes de tomar decisiones difíciles, no se fió de quedarse en aquel bar, y comprando dos cervezas salió a recorrer con su mirada el callejón. Pensó que el último lugar donde el estaría, sería el primero donde Teresa encontraría refugio. Y así fue cómo la encontró. Algo no se puede negar, y es que la conocía bastante después de todo, entró por la vieja puerta de metal oxidado, y allí estaba ella, lo miró con esa cara de decepción, de cachorrito acorralado. y supo de inmediato con tristeza para quien sería finalmente el otro tinto. Esteban se sentó, la abrazó, y le extendió la cerveza, Teresa se la tomó de un solo golpe, como si ello le fuera a dar fuerzas para lo que iban a hablar y a decidir esa noche.
Esteban comenzó a acercarse de forma "patética" y "melindrosa" en palabras de ella, la tomó de las manos y entre palabrería bonita y miradas enamoradas, sacó una pequeña cajita de terciopelo rojo en forma de corazón, y con orgullo la abrió y un pequeño y brillante anillo en forma de bizcochuelo dorado era la bella y malévola prueba de su ingreso al compromiso. Teresa lo miró aterrorizada; miro para otro lado y terminada la cerveza prosiguió con el tinto ya frio.
Esteban llenaba el vacio del mmento con palabras y palabras, pero Teresa hacía mucho que ya no estaba ahí, su mente, con una imagen nítida se habia transportado, a sus años universitarios y juveniles, y a aquel día dónde en el edificio de su facultad vio por primera vez a Josue, quien entraba a su salón de clases por equivocación; desde ese momento su mirada estuvo siempre en él. Eran habituales las sonrisas, y los flirteos disimulados, al menos eso quería creer ella, y llegó por fin la tan anhelada prueba de que sus sentimientos eran correspondidos; una amena cena preparada por él, dónde comieron y discutieron de variado tema, dándose cuenta que tenían bastante en común, la buena relación siguió por un tiempo, no avanzaba ni retrocedía; lento pero seguro, quería pensar ella. Pequeños detalles como separadores de colección para sus libros dejados de forma clandestina dentro de su casillero, alimentaban sus suposiciones, pero sin nunca salir de la duda sólo con preguntárselo.
Depronto llegó un día, el día que le daría vida a esta historia. Teresa paseando desprevenida por su hábitat universitario, se encuentra con dolor la verdad, y no como ella la hubiera querido. Josue y Marcela, una muchachita común, ordinaria, por no decir mucho de ella, porque en realidad no había mucho que decir (Palabras de Teresa seguramente) Pero la actitud de Josue en cambio, si tenía mucho en aquel kiosko alejado, dónde los estudiantes usualmente se irían a estudiar, se veía a un Josue apasionado, libidinoso, ansioso de aquellos besos que aquella muchachita desabrida le proporcionaba. La sola imagen fue suficiente para Teresa para que se derrumbara junto con todo aquello que ingenuamente alguna vez pensó.
Luego vinieron los días de melancolía, y sosobra, donde el simple hecho de frecuentar lugares, la hacia recordar a aquel momento incómodo del kiosko.
Así era como en el Colombo, viendo alguna película, sus lágrimas se confundían de motivo, y entonces ya no sabía por qué lloraba.
De repente volvió de sus recuerdos. Esteban aún seguía hablando. Teresa lo calló con ternura, y le indico que ahora sería ella quien hablara. Con una valentía que le había llegado de quien sabe donde, le contó de sus sentimientos aún por Josue, por increíble y ridículo que a el pudiera parecerle (y es que ambos hombres se conocían bien) le contó también por el contrario su carencia de sentimientos hacia él. y lo cuestionó acerca de si estaba dispuesto a pasar su vida con una mujer que no podía estar más desenamorada de él. Aún había algo más que Teresa no se atrevía a dejar salir. Comenzó a sollozar y finalmente tocó su estómago, cerrando sus ojos casi con vergüenza; Esteban rio complacido, casi maquiavelico, como si por fin se sintiera ganador absoluto de esa partida.
Teresa lo miraba con incredulidad, buscando en el más palabras, que sonrisas. Esteban volvió a sonreír, y comenzó a contarle que siempre lo había sabido, lo de sus sentimientos por Josue no le importaba, era su oportunidad de comenzar una nueva vida, una nueva familia; sacó de su bolsillo unos tiquetes con algún destino desconocido, pero lejano, se los extendió a Teresa, esta cerró los ojos y los abrió con una sabia decisión.
Hizo una corta llamada que la ataba aún a ese lugar. y emprendió una nueva vida, no la que hubiera querido, no la que hubiera elegido; pero al fin y al cabo la única que el destino le ofrecía. Sostenía los tiquetes empuñados con fuerza, si el anillo era el símbolo de su atadura, los tiquetes simbolizaban la liberad de una nueva vida, donde por fin Josue no tenía cabida.
Luisa María Posada
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