Pasaban las 9 de la noche y no se veía ni un alma, las comidas rápidas estaban despojadas, pero ni hablar de los bares y discotecas donde no se veían ni los meseros, solo se escuchaba desde afuera, la mezcla de música que salía de cada lugar. Después de dos horas los transeúntes se empezaron a notar, parecían uniformados, los hombres con jeans y camiseta y las mujeres de falda o vestido, mostrando sus atributos a los hombres que no las dejan de mirar, y a las chicas que no dejan de criticar.
Medellín nocturna es ahora otra ciudad, los ebrios, las peleas, los amoríos siempre se hacen notar, generalmente en la noche el licor empieza a trabajar, a unos los alegra o les hace recordar más sus penas, como a la chica de vestidito azul, de cabello negro y largo, que empezó a gritar y a bailar, en aquel lugar, oscuro, pequeño y solitario, donde la música se dejó opacar por sus gritos al bailar, robándose la atención de las poquitas personas que habían entre las 10 mesas que se disponían para una buena noche de tragos.
Aquella, esa de vestidito azul, empezó a llorar, con menos de cinco tragos ya había perdido la compostura; sus amigos, la parejita que no se dejaba de besar la empezó a consolar, pero las canciones que ponían en el lugar no ayudaban con la causa, antes la empeoraban, cantando ella “El me mintió, el me dijo que me amaba y no era verdad, el me mintió…” no dejaba de sollozar y cada vez tomaba con más intensidad y típico de una mujer despechada empezó a llamar desde su celular, supongo que al chico que le dijo “que la amaba” y como la canción lo dice, no era verdad, después de sus 15 minutos hablando por celular en las afueras del bar, entro de nuevo y con muchas más ganas y entonación cantaba las canciones no dejaban de sonar.
El resto de la gente seguían en su cuento, las parejas (lo que más había) por el género de música (plancha) charlaban, se besaban y viceversa, un grupo de 5 mujeres estaban en una de las esquinas cantando y criticando todo lo que pasaba a su alrededor, los ebrios cada ve estaban más ebrios, el calvo y gordo se volvía más intenso, su soledad lo llevaba a dirigirse a las mesas del lugar y sacar a bailar, pero siempre era rechazado, no solo por su evidente estado de ebriedad, sino que además la música y el lugar no era el indicado para bailar.
El calvo sintiéndose tan rechazado golpeó la mesa hasta el punto de regar el licor que tenía encima, las crispetas volaron como si fuera confeti, el mesero se acercó con una mezcla de temor y rabia, pues le tocaba aguantárselo y para acabar de ajustar limpiar aquella combinación de pedazos de vidrio, coca-cola, ron y crispetas, después de ver ese show, unos reían, otros se asustaban y se retiraban del lugar, pues se tornaba un poco molesto estar intranquilo y prevenidos de que podría pasar con el calvo demente. Después de un rato de escuchar música tranquilamente, empezó de nuevo a molestar ese hijuemadre ebrio que no se quería calmar, tomándola la mano intento sacarla a bailar, pero de un fuerte empujón, el imbécil perdió el equilibrio y cayó como una roca al piso, fue un desastre total, pero parecía inmune, se levantó, se sentó y siguió con soledad, tomando y cantando al son de la música pa´planchar.
POR: LINA MARCELA POSADA FRANCO
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