Cuando me ocurrió el accidente, hace ya dos semanas, pensaba que la vida sería un caos total debido a la monotonía, pues al no lograr acomodar el yeso que me colocaron en ambas piernas en una silla de ruedas, me vi obligada a postrarme en una silla en mi apartamento, anhelando con todo el furor salir en un viaje de fin de semana, hacia cualquier lugar remoto, donde pudiera bailar o esquiar, o conocer simplemente a personajes diferentes, envuelta en la ensoñación de la frustración. En estos momentos de soledad, nunca llegué a imaginar las extrañas situaciones que me esperaban.
La noche del fin de año, hace ya 8 días, mi amigo Esteban, me acompañó a celebrar, pues nos conocemos desde niños, y ahora me doy cuenta del amor secreto que he tenido por él todos estos años, pues desde la adolescencia hemos vivido tantas cosas juntos, como esos deliciosos anillos de queso que cocinaba mi madre en las salidas al campo, o las cenas inesperadas del kiosco de la finca del tío Emmanuel, teniendo siempre una sonrisa, unas palabras dulces, con la facultad de hacerme sentir libre, hacerme sentir en un mundo donde las nubes son de color vino tinto, llenas de vida, el cielo se torna siempre iluminado y me lleva a la plenitud.
Pero no todo podía ser perfecto, a eso de las 2 de la mañana, cuando nos disponíamos a dormir, y no nos quedaba ya una sola cerveza, a Esteban se le ocurrió la loca idea de subir a la terraza del edificio, ya que solamente nos separaban unas 12 escaleras, y me llevó con todo el cuidado del mundo, evitando que en el casillero del corredor, me golpeara las piernas, eso sí, sin antes realizar esa llamada que no podré olvidar, pues deseaba que nos acompañara Josué, ese némesis que me ha atormentado tanto, pues produce en mí todos los efectos contrarios a lo que les contaba de Esteban.
Al llegar Josué, estábamos ya ubicados en la colchoneta de la terraza, viendo la hermosa cola de Escorpión, así como la increíble fuerza y brillo de Antares en el cinturón de Orión, como siempre, me saludó con su sínico y escalofriante “Marcela, mi bella”… a lo cual, seguía una sonrisa fría, y ese tic insoportable de mover la nariz, realmente, por más que intento no odiarle, sin saber los motivos, sentía que la noche no podría continuar tan hermosa como hasta ahora. Obviamente, a mis amigos, los unía esa llamada amistad de hermanos, contra la cual, me era imposible luchar.
Luego de unas interminables horas, aunque creo que no fue tanto, de escuchar las historias de bar de Josué, de su nueva aventura con Teresa, la chica misteriosa de origen Colombo-Iraní, descubrimos que en el edificio de al lado, se llevaba a cabo un misterioso rito, en el cual un hombre, rodeado de 3 mujeres, era atado y lacerado con múltiples instrumentos, no se describirlos, pero tenían correas de cuero, metales brillantes, y otras partes, que como tiquetes del metro, tenían esa forma rectangular, las cuales, laceraban la piel como cuchillas. En el asombro, no teníamos otra opción que bajar rápidamente, lo cual no fue nunca posible por la situación de mi inmovilidad, por lo cual, fuimos descubiertos por las “doncellas”, quienes nos miraban fijamente y luego de desaparecer en un instante, dejaron al hombre inconsciente, en medio de un horrible mar de sangre, como estábamos en el amanecer, inmediatamente llamamos a la policía, quienes al ver que habíamos ingerido licor, se mostraron renuentes a creernos, pero luego de mucho insistir, revisaron el cuarto que les describíamos, luego de unos minutos de espera, volvieron informándonos que el sitio se encontraba abandonado, en malas condiciones, pero que la sangre, los aparatos, el hombre, no existían… desde entonces, no veo la hora de poder salir tranquila a mi ventana, viendo la cara del hombre angustiado en mis noches de soledad con el rostro de mi amado Esteban.
LICETH ARIAS BOLIVAR
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