lunes, 12 de septiembre de 2011

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Casi no podía ver su rostro por la oscuridad, pero por cada auto que pasaba alcanzaba a detallar su sonrisa y lograba  ver su mirada brillante y profunda, nos encontrábamos debajo de una sabana que nos cubría del frio, miraba fijamente su cara, sus ojos, sus labios, era perfecta; me encontraba  en un dilema de hacerlo o no... es solo un beso... lo haré.

-¿Por qué juegas conmigo?
-No, no lo hago, solo... solo quería sentir eso que dicen.
-¿Qué cosa?
-Las mariposas en el estomago, cuando te gusta una persona o te conectas con ella sientes algo así, como... como un calambre.

Nos seguimos besando toda la noche, acariciaba sus mejillas, sus labios, su cuello, sus brazos, jugaba con su cabello, me encantaba el olor de su cabello, era único, era algo que me hacía cerrar los ojos para poder... poder imaginarlo, sentirlo como entraba por mi nariz. Era una noche fría, me acosté en sus piernas y ella... ella me cuido, quizás esa fue la razón por la cual me enamore, por la cual la empecé a amar sin decirle nada.

-Se que cuando nos bajemos de este bus, todo acabara.
Me quede callado, no sabía que decirle, solo sonreí. Soy uno de los muchos que piensa antes de tomar una decisión, pero esta era una decisión que cambiaría mi vida del todo.
Adivinen que, ahora soy el hombre más feliz de todo este mundo, tengo una mujer que me ama por lo que soy, por lo que hago y soy capaz de dar la vida por ella. Estamos en uno de los mejores momentos de la vida, esto es nuevo para nosotros dos, es un sentimiento que compartimos y pronto daremos un paso juntos, un paso que nos llevara a un viaje de suspiros, y a fundir nuestros corazones para siempre.

Por: Daniel Vanegas Ruiz

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